Jose Manuel Caballero Bonald, en el catálogo de la exposición El agua en la pintura andaluza, dice que "las artes en general y especialmente la pintura se han mirado de modo perseverante en el espejo del agua, en su realidad y su fantasía, en su belleza y su simbolismo, en su mansedumbre y su furia".
El agua ha sido objeto de atención en la pintura de todas las culturas, épocas y escuelas artísticas y su tratamiento ha sido, por ello, enormemente diverso tanto en lo estético como en lo conceptual. En la pintura relacionada con la mitología, la religión, el paisaje o el costumbrismo. Por lo que sugiere, por lo que representa o, también, por su fuerza plástica. En pintores tan diferentes como Patinir, Leonardo da Vinci, Murillo, Velázquez, Sorolla o José Guerrero. La lista de pintores en que el agua está presente podría ser, en realidad, casi infinita. Tal vez la única explicación es que el arte está unido a la vida y ésta no existe sin agua. La tradición sigue hasta nuestros días.
José Ganfornina (Málaga, 1955) es, sobre todo, un pintor de la naturaleza. Sólo alguien que se aproxima a ella con curiosidad, conocimiento y unas enormes dotes de observación es capaz de llevarnos a un mundo de fantasía e imaginación en que, sin embargo, la realidad de lo natural es perfectamente reconocible. Él admite la influencia que en su obra tienen artistas como Bosch, Botticelli, Moreau, Dalí, Redon, Durero, Friedrich, Gaudí o Cole. Obra que se ha intentado clasificar como realismo mágico, superrealismo heterodoxo o realismo profético. Es difícil, en cualquier caso, definir un estilo tan personal y alejado de modas, tendencias y escuelas pictóricas. Ganfornina desarrolla un vocabulario propio y una extraordinaria habilidad técnica, con tal fuerza que no sólo nos quedamos literalmente impresionados al contemplar sus cuadros, sino que parece remover algo en nuestro interior. En sus paisajes, el agua - y su relación con la tierra - nos acerca a un mundo plagado de sugerencias, juegos visuales, sueños y miedos.
La roca caliza, disuelta y esculpida por el agua, aparece en sus cuadros Cueva del Gato, Sala de la Montaña o Torcal de Antequera como una ensoñación que permite identificar perfectamente el paisaje que los inspiró. En el primero, aparece el animal que da nombre a la cavidad, y sus costillas, descubiertas bajo la piel que es también roca, nos dejan vislumbrar ese mundo subterráneo. Y no olvida el manantial que se localiza en la propia boca del cavernamiento. En el segundo, aparece una sala de la Cueva de Nerja como un espacio tenebroso inquietante y desconocido. En el tercero, un gigantesco ammonites nos informa de los fósiles más abundantes en esa ciudad de piedra. Paisajes deshabitados, de agua y roca, como podemos ver también en Travertino, en el que, casi con vocación didáctica y sin renunciar a esa extraña y fantasmal belleza que impregna su arte, explica las condiciones de formación de ese tipo de roca y el entorno en que se encuentran. Y parece no querer renunciar a esa mirada explicativa en su tríptico Historia de un río o en Nocturno, donde queda patente la fuerza erosiva del agua. Inundación, Los caminos del agua, Torrente y Flor de agua, son otras de sus muchas interpretaciones de la naturaleza en que el agua es la protagonista principal.
Juan José Durán Valsero
en "Málaga en el agua", Instituto Geológico y Minero de España (Madrid), y Diputación Provincial de Málaga, 2009.