Leonardo recomendaba observar los efectos que el crepúsculo ejerce sobre los rostros de los hombres y las mujeres, porque la gracia y la templanza se instalaban en ellos. La preocupación por las luces y las sombras, por todo lo óptico, iniciaba un camino que abarcaba la mirada de las cosas: cómo son y de dónde parte nuestra percepción sobre ellas. Las obras de José Ganfornina son un reflejo de ello.
Los principios básicos que se aplican al campo de las Ciencias, los ha trasladado Ganfornina al campo de la imaginación. Su función es la experimentación, que es una aproximación, una manera de acercarse a su naturaleza. Inició una búsqueda y una investigación de lo que la naturaleza provocaba en él y nos devolvió un mundo habitado por seres fantásticos. A principios de los noventa sus paisajes eran muy animistas: troncos de árboles transformados en un elefante marino o en caracol-náufrago. Este artista rompió los viejos esquemas de los tres reinos de la naturaleza, porque aquellos que ni sentían ni andaban (reino vegetal), se movían en escenarios pintados de forma detallista, donde la precisión se convertía en norma. naturalezas muertas plagadas de un realismo fantástico.
Sin embargo, a finales de los noventa, sus paisajes se presentan deshabitados. Deja que la mirada se centre de lleno en una naturaleza visionaria, utópica, llena de
símbolos y aumentada por una lupa que descubre los refugios de lo vivido.
Ganfornina actúa como un relojero del tiempo. Extrae las piezas con gran cuidado (las rocas, el agua y la luz) para analizarlas, como si de un forense se tratara, y
mide su precisión. Su objetivo: detener el tiempo, al igual que los pintores flamencos, cuyas obras traducían una idea analítica y estática del mundo. Un mundo detenido porque su mirada sabe
traducir los vacíos que deja el tiempo.
La postura de este artista frente al arte podríamos calificarla como romántica. Sin duda, los ecos plásticos de ese movimiento están presentes en su obra, pero se
trataría de un neorromántico por su actitud ante el entorno, pues, el romanticismo implicaba un cierto aislamiento de cara a los valores sociales y antropocéntricos del
momento.
Es un pintor que apuesta por un particular jardín de las delicias, por una unión entre el que contempla y lo contemplado. Reflexiona sobre el comportamiento de
los elementos de la naturaleza; el agua, el aire, el fuego y la tierra, a los que trata con un realismo extremo, pero que marcan sus huellas bajo la paciencia del pincel.
Sus paisajes reflejan una vida interior construida de forma escultórica, como cuando de un bloque de mármol o metal el artista es capaz de extraer lo que de vida
profunda puede circular en ese espacio.
La naturaleza microscópica y catalogada de Ganfornina enlaza, en cierta manera, con la mirada del movimiento prerrafaelista: "no rechazar nada, no escoger nada". Los
colores empleados por John Brett en Val d´Acosta, los motivos seleccionados por Ruskin o la preocupación óptica de Madox Brow aparecen reflejados en la obra de este artista. En el estudio de
árboles y sotobosque, Frederick Sandys nos ofrece un tapiz de ramas y troncos retorcidos; una maraña de hilos que son desenredados por éste en una composición que adquiere una "dimensión
biomórfica, con la siniestra rama colgante que recuerda una serpiente". Si nos acercamos al lienzo titulado Travertino, Ganfornina ha jugado con las raíces, con las ramas,
convirtiéndolas en verdaderos tentáculos que van en busca de su presa.
El que cada detalle reclame una atención por igual, fue una dura crítica que recibieron los prerrafaelitas: "la aparente falta de selección en los cuadros prerrafaelistas era más comparable a las imágenes producidas por instrumentos ópticos, como el telescopio, la lupa y la lente bifocal de la cámara estereoscópica, que a las bellas artes, especialmente por el modo en que dichos mecanismos enfocaban la visión". Ahora, otros instrumentos nos han invadido. El mundo soñado de Tolkien es recreado mediante ordenadores, empleando perspectivas espectaculares, viejos colosos y grutas inquietantes. Sin embargo, esa gran mentira no mancha la mano: los pigmentos opacos, los transparentes, el amarillo cadmio o el verde esmeralda pasan por los dedos de quien refleja un paisaje sentido.
Ganfornina es modelador de las formas. En sus lienzos parece que hubiera una abundancia de sedimentos calizos, y él provocara un modelado cárstico sobre la capa basal de las rocas. Lo podemos comprobar en De luz y de sombra o en Cañada oscura. Actuaría como un geólogo artístico. En Nocturno refleja la acción erosiva del agua, que penetra en los surcos y las grietas. Describe en un primer plano un relieve compuesto por láminas cristalinas, cuyos efectos plásticos nos conducen a las veladuras, principio rector de su pintura. Los efectos de las luces; los diversos matices, la pintura tonal, las sombras alumbradas por los blancos y los violetas, nos hablan de la exquisitez y el dominio de la técnica de la pintura.
Sin embargo, la lógica de los procedimientos pictóricos está al servicio de imágenes mentales y visibles, mediante las cuales el autor se relaciona con el
entorno.
Las fuerzas de la naturaleza se enfrentan en un escenario imaginario. Las figuras florales renacen de espacios telúricos y se asoman al abismo de grutas sombrías.
Cobran vida bajo la incertidumbre, como se pude apreciar en la tabla Cañada Oscura. Es el acercamiento a una naturaleza que lucha, pero sabiendo los perdedores su destino.
Quizás estos elementos florales nos hablen del desapego ante el mundo. Hemos de tener en cuenta que estamos ante un artista que conoce el lenguaje de Oriente.
La disciplina, la laboriosidad y la pulcritud son tres actitudes que se reflejan en su obra pictórica, pero que son fruto de su posición ante la vida. Cada pincelada es un "acto religioso", sabe
lo que brota de las cosas pequeñas y humildes. El texto de E. Ierardo sobre la pintura oriental, pude servirnos de hilo conductor: "El poeta camina dentro del bosque. Es de día. En el cielo
brilla algún sol del siglo XVII. Algo atrae la atención del viajero. Allí respira un seto. Cerca, a su abrigo, con un delicado y casi imperceptible movimiento, contonea sus pétalos una planta
silvestre, en apariencia insignificante. Una diminuta flor silvestre que no debiera hechizar a ningún caminante. Sin embargo, el poeta, Basho, se inclina respetuoso y emocionado ante la
planta, la nazuna. La acaricia. La contempla. La reverencia:
Cuando, miro con cuidado
¡Veo florecer la nazuna
junto al seto!
Es el encuentro entre la conciencia humana y la naturaleza multiforme".
Mirar la naturaleza es recordar los diferentes ciclos, por eso Ganfornina nos remite a ellos en Las tres Edades y en Historia de un río. Se
produce una vuelta hacia lo primigenio: "la única manera de experimentar y conocer esa realidad primaria es mediante el acto creativo".
Inició un viaje hacia espacios vírgenes y fronterizos, estuvo a orillas del río Hudson, donde dejaron sus huellas paisajistas del último cuarto del siglo XIX, y
ahora "lo que llena su tiempo y ocupa su lugar no es menos que cualquiera".
Lourdes Alda, 2005