En la larga historia de la pintura de paisaje, es difícil encontrar un pintor tan literalmente encantado por el mundo natural como José Ganfornina, cuya
impresionante exposición individual se muestra en la galería CFM, [...].
Trabajando al óleo, a veces en combinación con pigmentos alquídicos o temple, este artista español, nacido en Málaga en 1955, crea fantasmagóricos paisajes en
aireados velados que dan a sus pinturas una cálida incandescencia, un sentido de luminosidad sobrenatural en armonía con sus temas misteriosos.
Ganfornina metamorfosea formas orgánicas, borrando en ocasiones toda distinción entre vida animal y materia mineral para crear sobrecogedoras nuevas permutaciones de lo físico y lo metafísico. En Neptuno, por ejemplo, el dios del mar es representado por una planta monstruosamente hermosa, elevándose sobre la línea de costa de una playa idílica donde uno puede esperar encontrarse una Venus de Botticelli en una media concha.
Igualmente fantástico, Elefante marino perdido, representa otra híbrida criatura en un escenario pantanoso, bajo ornamentales formaciones de nubes. Milagrosamente, Ganfornina interpreta tales escenas como algo conmovedor, haciendo a uno sentir una inquieta y delicada simpatía por estas extrañas formas de vida.
En términos de pura belleza, uno de los más magníficos paisajes de Ganfornina es Valle de los Olmos, en que una estela, alejándose mas allá de una hilera de árboles como arañas, gira vaporosa y se eleva trascendentalmente al cielo, uniendo los reinos terrenales y celestes. Una similar mágica metamorfosis ocurre en otro óleo, un paisaje nocturno misterioso, donde el humo de árboles en llamas se mezcla con incubadas nubes.
Otras pinturas notablemente emotivas representan a un Pegaso tras un aterrizaje forzoso en un árbol retorcido, con cabeza esquelética y alas estropeadas, y un Agujero de ozono emitiendo radiantes, quizás letales, rayos de luz. Por último, está Primavera silenciosa, una estremecedora declaración ecológica, centrada en la imagen de un pájaro muerto en un triste paisaje, en que lo pequeño se hace monumental en virtud de la meticulosa maestría de José Ganfornina.
Sidney Gilbert
ARTspeak, Nueva York, Noviembre, 1993