En sus manuscritos, Leonardo comparaba –con gran acopio de argumentos– la obra de poetas y pintores. ¿Qué arte podría considerarse superior al otro?, se preguntaba
con frecuencia. Leonardo considera que la pintura es la reina de las Artes porque se dirige al sentido más noble, que es el ojo. Pero finalmente no duda en reconocer la existencia de una poética
en la pintura, del mismo modo que existe una plástica en la poesía. Entre ambas encuentra una íntima relación o sincretismo artístico que anota en su Tratado de Pintura: “La pintura
es poesía que se ve y no se oye, y la poesía es pintura que se oye y no se ve”. Efectivamente, a lo largo de los siglos, muchos artistas plásticos y poetas se han relacionado, influido e
inspirado mutuamente, entendiendo que Poesía y Plástica no son categorías antagónicas, sino complementarias y fecundadoras entre sí.
Este JARDÍN SALVAJE que hoy presentamos – ya edénico y primitivo, ya humanizado y moldeado por los sentimientos– es, precisamente, el último fruto de colaboración
artística entre una pintora de las palabras (Mercedes Escolano) y un poeta de las imágenes (José Ganfornina).
Sus obras se entrelazan conceptualmente con igual protagonismo en una doble faceta: un cuadro-imagen y un cuadro-poema, que juntos proponen un hermoso juego al
espectador. Las imágenes ilustran y visualizan los poemas, a la vez que las palabras interpelan y enriquecen la interpretación de las imágenes. Tanto el pintor como la poeta han ilustrado poemas
o se han inspirado en cuadros previamente existentes, aunque la mayoría han sido creados expresamente para esta exposición.
JARDÍN SALVAJE es un proyecto vivo, abierto, en crecimiento, que comenzó en el Otoño de 2012 y seguirá enriqueciéndose con nuevos poemas e ilustraciones hasta su
definitiva publicación. En él se dan cita plantas, piedras, rocas, raíces, soles, lava, viento, marismas, torrentes, conchas, dunas, frutos, corrientes subterráneas… la fuerza telúrica de la
Naturaleza y el sentimiento de empatía que ante esas fuerzas primarias siente el artista
Mercedes Escolano
JARDÍN SALVAJE
¿Qué pedirle a la rosa que no sea
la esencia misma de la rosa?
¿Qué altura al ciprés
espigado y altivo?
¿Qué vulnerable fragancia
al naranjo que
generoso encandila mis noches?
Cuando un corazón vive a cielo raso
respirando al unísono de la vegetación,
cuando un corazón se ha deshojado
de sus más íntimos pudores
y desnudo se fortalece más y más cada día,
se le conoce con el nombre
de jardín salvaje;
y no hay rosa ni ciprés ni naranjo
que le presten un nombre,
un aroma, una sombra;
salvaje como es, todo lo abarca.
LA MUERTE PUEDE SER
La muerte puede ser como esas raíces profundas
que se resisten a ser extraídas de la tierra,
verticalmente vivas,
verticalmente orgullosas,
raíces que penetran en lo íntimo
y allí fundan un reino misterioso
de líquidos ocultos.
No hay rastrillo que las desentierre.
No hay conciencia que las expulse.
Al fondo del jardín, junto a la tapia blanca,
quedan raíces que no he podido arrancar.
Tal vez mis manos son muy niñas.
Tal vez aún no comprendo
la verdadera hondura de las plantas.
VAN RODANDO A TIERRA
Van rodando a tierra los limones
y en tierra se pudren, oscuros, minerales
como la tierra misma,
sin mano que los recoja.
Apenas ayer eran oros pendientes,
redondas y completas criaturas
asomadas a la vida.
Se aleja la tormenta y los árboles
desflecan, conmovidos, las aguas sobrantes.
Arroyos espontáneos surgen en busca de un cauce.
Me pongo a contar, emboscados entre el verde,
los frutos que han resistido el aguacero,
asustados aún por el fragor de la Naturaleza.
Temblando, he recogido cinco o seis
limones entre el barro.
Un aire desteñido y limpio anuncia un nuevo día.
HOJAS SECAS
Hojas secas.
Viento que dispersa hojas secas.
Un cuchillo de viento que dispersa hojas secas.
En mi cuerpo un cuchillo de viento que dispersa hojas secas.
He sentido en mi cuerpo un cuchillo de viento que dispersa hojas secas.
Dijiste adiós, y he sentido en mi cuerpo un cuchillo de viento que dispersa hojas secas.
HORA DE LA SIESTA
Arde la tierra y nos empuja directamente al sueño,
a un lecho en penumbra, bajo la luz tamizada
de las habitaciones interiores.
Se oye a lo lejos una fuente. Debe tratarse
de un pequeño surtidor entre aspidistras y jazmines
que vimos en la pared de un patio.
Van cediendo mis párpados. El sueño invita
a sus huéspedes: sopor, lasitud, pereza,
una entrega amorosa sin condiciones.
Indefenso y desnudo, siento que se apodera de mí
y en mi carne penetra
como haría un cuchillo en la pulpa,
blandamente,
sin esfuerzo.
AMARGAS LAS AGUAS
Río abajo
vamos vaciándonos.
Atrás quedan sombras, óxido, podredumbre,
peces muertos flotando sobre un costado,
maderas desvencijadas.
Más agrias a medida que la barcaza avanza,
más oscuras y siniestras, se abren en dos las aguas
para dejar pasar la quilla.
Vieja barca en la sinuosa corriente
fatigada por el curso de los años,
¿qué brazo de río te dará sepultura?
¿qué lengua de fango te irá succionando
hasta dar con el costillar en los fondos?
Río abajo
avanzamos sin memoria, sin respiración,
como dioses sombríos.
Amargas las aguas, gastadas nuestras vidas.
EL CORAZÓN DEL BOSQUE
Sentada en el corazón del bosque
una mujer puede parecernos absurda.
Sin embargo, ella es el entramado verde,
la poderosa mano que enlaza ramas y raíces,
el pequeño pulmón de cada hoja.
Es ella, con sus cabellos sueltos
y un puñado de tierra en ambas manos,
quien concede un soplo de aliento a cada árbol.
TORBELLINOS DE AIRE
Torbellinos de aire
envueltos en la noche
que escudriñáis los árboles.
Torbellinos de amor
que enredáis las ramas
en abrazo sonoro.
Cruzáis mi pecho
como vientos que rolan
de Levante a Poniente.
Ora sopla del mar:
las hojas se empapan
de humedad salobre.
Ora sopla de tierra:
aires minerales desecan los frutos
pendientes de las ramas.
De noche todo tiembla.
Diríase que el amor
se ha convertido en aire.
CARACOLAS
Mis pies van hundiéndose en la arena,
leves, casi incorpóreos.
¿Cuántos siglos hicieron falta
para limar la roca y convertirla
en suave polvo dorado,
jardín mullido a las puertas del mar?
Me agacho y recojo
conchas desnudas,
zarandeadas por el flujo y reflujo
de las corrientes,
restos de un Edén primitivo.
Febrero las ha ido depositando en esta playa
al alcance de mi mano,
caprichosas en sus formas,
diversas e irregulares.
Observo sus universos cóncavos
y los comparo con mis pequeños pies
hundiéndose en la arena.
VIVIMOS COMO SOÑAMOS
Vivimos como soñamos
solos
Como animales.
Como vegetales.
Como minerales.
Solos.
La naturaleza tiene un lenguaje distante del mito.
La naturaleza habla mediante el silencio,
sin prisas,
acercándose a lo real,
fascinando al observador.
Sin vínculo hay un vacío que sobrecoge.
Con vínculo, una soledad nutriente y singular,
diríase perezosa.
AZUCENA DE MAR
te falta valor para arrancarla
arrancar de cuajo
una azucena de mar
desde lejos te ha parecido una voluta espumosa
en medio de la duna
y al acercarte
te ha impregnado su olor dulzón
dulcísimo
más que dulce
si ella fuera dócil
si ella fuera complaciente
si ella fuera tan bella
si ella te emborrachara con su aroma de azúcar
si en vez de mujer fuera azucena de mar
contoneándose en medio de la duna
finalmente la arrancas como haría un furtivo
la escondes bajo la camisa
temeroso de que alguien haya presenciado el hurto
unas gotas de savia blanquecina
manchan la tela de algodón
si ella buscara con larguísimas raíces agua dulce
si ella durara solo lo que dura un verano
si se dejara arrancar blanca y sumisa
bajo la camisa
anda agitado y suelto tu corazón
nervioso ladronzuelo
de vuelta a casa
con el deseo a flor de piel
AVANZA IGUAL QUE NUBE
En la duna no hay dioses ni plegarias.
Dormida, se abre en brazos de la muerte,
más cóncava cuanto más empuja el sol
su curva eterna.
Solo unos juncos silvestres
le han ganado la batalla,
melena al viento;
un viento que agita con usura este penacho
desplazando a su antojo las arenas de sílice.
Materia fragmentaria,
flexible, etérea,
avanza igual que nube
hacia un mar latente.
LOS DÍAS TRANSCURREN SIN APENAS DÍAS
Los días transcurren sin apenas días,
turbios e insatisfechos, dándose tregua.
Un cielo deshilachado recuerda mi propio cuerpo,
que chapotea entre nubes.
Los grandes árboles del jardín conocen el equilibrio,
la voluptuosidad, una atmósfera fragante
entre la tensión y la calma.
He llegado a la mitad del verano.
Lo sé por el modo en que cierro los párpados
o entreabro los labios buscando aliento.
¿Qué sabe de mi cuerpo la hierba
cuando me derramo exhausta sobre ella?
¿Qué saben de mi dolor
los macizos de lavanda
paralelos a la carretera?
UN PUÑADO DE SAL
He olvidado quiénes fueron mis antepasados,
de dónde proceden sus mareas, qué casas levantaron con adobe,
qué círculos dibujaron sus vidas en la arena febril.
Únicamente poseo sal y algo de viento.
En Septiembre
un sol ardiente araña los esteros y evapora
el agua estancada, dejando venas blancas en las charcas,
diminuta sal cristalizada con paciencia.
Hoy visita el Levante sus dominios:
dios de la marisma,
reseca la piel, la sangre, esta costra
de limo y sus entrañas,
levanta fuego en los hombres, acucia la sed,
desenreda en las hembras un instinto primario.
Sin memoria, mis días van a merced del viento,
caprichosos, salinos.
Y cuando no quepa más sal en mis ojos
me dejaré llevar por el Levante,
su lengua seca y áspera
me arrastrará hasta el canal más profundo,
donde dicen que hay náufragos sin nombre, sin historia.